Este fin de semana, he asistido al I Congreso Iberoamericano contra el Burnout, organizado por Vacation is a Human Right Foundation (VIAHR), que preside mi gran amiga, María Méndez.
María no tuvo vacaciones durante 16 años, al padecer este síndrome de manera severa. Su historia inspiró el nacimiento de esta fundación y este congreso mundial que, por cierto, ha sido todo un éxito. No puedo sentirme más orgullosa.
Ha sido maravilloso escuchar a expertos internacionales de primer nivel y gran experiencia en la materia, como el reconocido escritor y conferenciante, Ismael Cala; la profesora de psicología y escritora, Alejandra Vallejo-Nágera; el antropólogo y autor, Aldo Civico; el escritor especializado en neuroliderazgo, Carl Honore; el especialista en desarrollo organizacional y gestión del tiempo, Jacques Giraud; el profesor de Acadia University, Michael Leiter; o el reverendo, Andrés Ramos, entre otros.
Todos ellos han reflexionado sobre la realidad que experimentan a diario las personas que padecen burnout, y han incidido en la necesidad de aportarles herramientas para que puedan vivir plenamente, sin el sufrimiento y las consecuencias tan dolorosas que acarrea este trastorno.
El Síndrome de Burnout, también conocido como “síndrome del trabajador quemado”, “desgaste laboral” o “fatiga profesional”, fue descrito en la década de los años 70 por el psicólogo estadounidense Freudenberg como: “El estado de agotamiento físico, mental y emocional que experimentan los trabajadores como consecuencia del estrés crónico relacionado con el trabajo”.
Así es, las personas que tienen burnout experimentan una sensación de agotamiento físico y emocional acompañada de una disminución de la eficiencia y la motivación en su trabajo. Su manifestación física incluye fatiga persistente, falta de concentración, irritabilidad o trastornos del sueño. Con frecuencia, estas personas desarrollan la idea de haber fracasado a nivel profesional, especialmente en relación a las personas con las que trabajan. Una creencia dañina y limitante que afecta a otras áreas de su vida, como el entorno familiar y social, minando poco a poco su autoestima.
Yo también he padecido este síndrome y sus consecuencias. Lo experimenté entre 2009 y 2012, tres años en los que no supe identificar lo que me estaba pasando, y en los que llegué a arruinar mi relación de pareja, mi salud y mi trabajo (sí, fui despedida). No me juzgo por ello, no es fácil tomar medidas preventivas cuando desconoces que tienes este trastorno.
Por suerte, después de atravesar lo que muchas personas definen como “la noche oscura del alma”, mi vida dio un giro de 360 grados y comenzó un camino repleto de luz y de autoconocimiento, que me ha llevado a ser quien soy, y estar donde estoy.
Cuando no hay coherencia entre la vida productiva y nuestro tiempo personal, es fácil perder el equilibrio. Este es uno de los riesgos más habituales a los que nos enfrentamos los líderes de cualquier área, aunque a veces cueste reconocerlo. Se convierte en un enemigo silencioso que se nutre de la ignorancia, llevándonos a un liderazgo deficiente y a crear ambientes tóxicos.
La buena noticia es que la prevención del síndrome del trabajador quemado es posible y comienza en la propia empresa. La primera acción consiste en analizar cuáles son las situaciones que generan estrés y ansiedad en el trabajador, solo así se pueden tomar medidas para revertir esta situación.
Habitualmente, es necesario realizar mejoras profundas en la organización y los procesos de trabajo con el objetivo de dotar al empleado de las herramientas necesarias para que realice su trabajo de manera óptima, sin caer en la sobrecarga laboral. Esto hará que el trabajador desarrolle una actitud asertiva y establezca relaciones comunicativas más sanas con el resto del equipo, evitando así discusiones o problemas de sumisión a los que puede verse expuesto.
Las expectativas del trabajador también juegan un papel muy importante en este proceso. No se trata de que renuncie a sus ambiciones y aspiraciones, pero sí es necesario que las “aterrice” en un punto intermedio más próximo a la realidad. Esto le permitirá vivir la situación como una oportunidad para seguir aprendiendo y creciendo, posiblemente en ámbitos diferentes a los que se había propuesto al inicio, pero no menos enriquecedores.
Un antídoto contra este mal es tomarse una pausa, detenerse y ver la situación con perspectiva. Ahora bien, conviene recordar que estamos en un mundo donde prevalece el tener sobre el ser, y en el que es fácil caer en la gran trampa del siglo XXI: acumular posesiones materiales y alcanzar el éxito externo, descuidando nuestro crecimiento personal y nuestras relaciones interpersonales hasta convertirnos en esclavos de la productividad laboral.
Promover entornos laborales en los que se cultive el sentido del propósito a través del “sensemaking” es esencial para prevenir y neutralizar el burnout. A fin de cuentas, pocas herramientas pueden ser más eficaces que crear espacios en los que cada persona del equipo se sienta segura de sí misma y valorada a nivel económico.
Para que exista sentido de pertenencia, necesitamos que se reconozcan nuestros logros, nuestra capacidad profesional y nuestra eficacia. Además, también debemos tener la certeza de que los valores que se aplican en la compañía son coherentes con los nuestros. Así lo concluyen diversos estudios, y no puedo estar más de acuerdo.
Los líderes deben cuidarse y cuidar a las personas de su ámbito laboral
Estoy convencida de que el burnout también puede convertirse en una gran oportunidad, y lo digo desde la experiencia, ¡para mí lo fue! Nos brinda la posibilidad de transformarnos y desaprender de lo aprendido, de reorientar nuestros pasos y rediseñar el camino.
En este congreso, todos hemos comprendido mejor qué es el burnout y las claves para prevenirlo en el mundo empresarial. El profesor Leiter compartió algunas fórmulas que pueden ayudarnos a lidiar con este “bicho subversivo”, tanto desde una perspectiva personal, reforzando el autoconocimiento, como desde otra más práctica, a través del Eneagrama y el “hovering”, concepto al que también aludió Aldo Cívico.
El profesor Braidot centró su discurso en la importancia de apostar por el liderazgo cuántico, siendo más conscientes de nuestras propias emociones, pensamientos y patrones de comportamiento. También subrayó el impacto tan positivo que tiene para nuestra salud emocional practicar ejercicio aeróbico 45 minutos al día, o realizar actividades nuevas que nos saquen de la rutina.
Carl Honore nos habló de la corriente cultural conocida popularmente con el anglicismo “slow” y cómo el simple hecho de reducir el ritmo puede mejorar nuestra calidad de vida. Puso ejemplos de lo más diverso: hacer ejercicio físico despacio, tener sexo a ritmo lento, trabajar un máximo de 4 días a la semana o, cómo no, desconectar de la tecnología.
De este congreso también extraigo la idea de que la productividad puede ser entendida de formas muy diversas. Jacques Giraud interpretó este concepto desde una perspectiva cualitativa, en la que prevalecen nuestros descansos, vacaciones y momentos de calma por encima del rendimiento en términos económicos o de eficacia.
Alejandra Vallejo-Nágera expuso las diferencias entre estrés y burnout, nos compartió un ejercicio aplicable a las áreas de la vida que nos dan felicidad e introdujo el “Chi Kung”, una terapia medicinal milenaria que prescinde de los químicos y se basa en el control de la respiración.
Ismael Cala nos habló de fluir, del Dharma (concepto hinduista que alude al deber moral y al orden cósmico que rige el universo y guía el comportamiento humano hacia la virtud y la armonía) y del Ikigai (el propósito por el que actuamos cada día, según la cultura japonesa). También compartió con nosotros el mapa de la conciencia de David R. Hawkins, una herramienta que clasifica los niveles de conciencia humana, desde la vibración más baja (vergüenza) hasta la más alta (iluminación), ayudando a comprender el crecimiento espiritual y personal.
Todos los ponentes coincidieron en que la meditación es fundamental, independientemente de la técnica que escojamos. Tal vez por eso, Ismael Cala puso el broche con una práctica de meditación y un baile colectivo que nos alejó por unos minutos de un invitado incómodo y siempre mal recibido: el burnout. Alejandra Vallejo-Nágera culminó el congreso con una práctica de Chi kung dirigida que, todo sea dicho, nos dejó como nuevos.
Desde mi punto de vista, cuidarnos a nosotros mismos, además de ser el mayor acto de respeto que podemos brindarnos, es la clave para poder cuidar a los demás. Solo desde el autocuidado podremos construir un mundo mejor y más justo en el que se priorice el liderazgo humanista, a través de la cultura, la empatía, la colaboración y la confianza.